lunes, 28 de enero de 2008

¿Cómo pudíste hacerme esto...?



¿Cómo pudiste hacerme esto...?
Cuando era un cachorro, te hacia reír con mis gracias, con mis travesuras y te llenada de alegría. Me decías que era tu bebé, a pesar de algunos zapatos mordidos, y algunas almohadas deshechas. Jugando juntos, me convertí en tu mejor amigo. Cuando me portaba mal, agitabas tu dedo junto a mi cara y me preguntabas...¿Porqué lo has hecho?, pero de inmediato sonreías, me ponías boca arriba y rodábamos por el suelo y me acariciabas.
Mi entrenamiento para ser limpio, tardó un poco más de lo esperado, pues siempre estabas ocupado, pero juntos trabajamos y lo conseguimos. Recuerdo aquella noche que olfateándote en la cama, escuchando tus confidencias y sueños secretos, pensé que no podría existir nada más hermoso, ni perfecto que mi vida a tu lado. Dábamos largas caminatas, corríamos por el parque, recorríamos kilómetros y kilómetros en coche, y nos deteníamos para tomar un helado, cuando a mí sólo me tocaba el cono, porque decías que el helado no era bueno para los perros y, luego tomaba largas siestas en el sol esperando tu regreso a casa al final del día.
Poco a poco empezaste a pasar mucho más tiempo en el trabajo y en la carretera, y más tiempo aún, buscando una pareja humana, te esperaba pacientemente, te consolaba en tus tristezas y desilusiones, y era una explosión de alegría cuando volvías a casa.
Cuando te enamoraste de ella, me sentí igual de feliz; ahora es tu esposa y no es una amante de los animales, sin embargo, le di la bienvenida a nuestra casa, traté de mostrarle afecto y siempre la obedecí.
Después llegaron los bebés humanos, y compartí tu emoción.
Me fascinaba su piel rosada, y lo bien que olían, estaba contento de ofrecerles mi amor maternal. Sólo que tú y ella pensaban que yo pudiera lastimarlos, por lo que pasaba la mayor parte del tiempo alejado, en una jaula. Cuando empezaron a crecer me convertí en su amigo, se colgaban y tiraban de mi piel, se subían sobre mi y me introducían sus deditos en mis ojos, chillaban en mis oídos y hasta me daban besos en la nariz.
Ahora se te presentó la oportunidad de un nuevo trabajo en otra ciudad, tú y ellos os mudareis a otro lugar, donde no permiten mascotas. Tomaste la decisión correcta para tu familia, aunque hubo un tiempo en que yo era tu única familia. Me emocioné y me sentí feliz en el paseo en coche contigo, hacía mucho tiempo que no lo repetíamos, hasta que llegamos a la perrera municipal; olía a perros y gatos, a miedo y desesperanza, llenaste unos papeles que te entregaron y dijiste...”Se que le encontrarán una buena familia y casa...”, ellos sonrieron cortésmente y me miraron con pena. Conocían la realidad a la que se enfrenta una perra adulta. Tuviste que arrancar los deditos de tu hijo para que soltara mi collar al tiempo que gritaban “No...papá...no...por favor, no dejes que se lleven a mi perrita...”. Yo me preocupé por él, por las lecciones que le habías enseñado acerca de la lealtad y de la amistad, acerca del amor y de la responsabilidad, acerca del respeto a toda expresión de vida. Me tocaste apenas la cabeza y evitaste mi mirada, tenían una fecha límite que cumplir, y ahora, yo también tenía una. Cuando te alejaste, las dos amables personas con las que me dejaste, movieron tristemente sus cabezas y se preguntaron...¿Cómo ha podido hacerlo...?. Aquí en la perrera nos atienden hasta donde les es posible, desde luego que nos alimentan, pero yo perdí el hambre hace muchos días. Al principio, cuando alguien pasaba cerca de mi jaula, corría esperando que fueras tú, que habías cambiado de idea, y que todo esto no era más que una pesadilla. O bien, esperaba que tal vez, alguien se compadeciera y me salvara; cuando me di cuenta que no podía competir con la alegría con la que llamaban la atención los otros cachorrillos felices, ignorantes de su propio destino, me retraje a una esquina lejana y esperé...Escuché sus pasos cuando aquella persona vino hacia mi al final del día y recorrí el pasillo junto a ella, hacia un cuarto separado, un cuarto tranquilo y silencioso, me puso sobre la mesa y frotó mis orejas, me dijo que no me preocupara, mi corazón latió presintiendo lo que iba a ocurrir, pero al mismo tiempo tuve una sensación de alivio, a la prisionera de amor, se le habían acabado los días. Sutilmente colocó un torniquete en mi pata, al mismo tiempo que una lágrima corría por sus mejillas, asió mi mano de la misma manera que solías hacer cuando te consolaba a ti hace muchos años. Con mucho cuidado deslizó la aguja en mi vena. Cuando noté el pinchazo y el frío líquido recorriendo mi cuerpo, me recosté somnoliento, miré a sus ojos generosos y murmuré...”Cómo pudiste hacerme esto...?.
Tal vez porque entendió mi lenguaje de gestos de perro, dijo...”Lo siento mucho...”, me abrazó y nerviosamente, me contó que su trabajo era asegurarse de que yo fuera a un lugar mejor, donde ya no pudiera ser ignorada, agredida, ni abandonada, ni tendría que luchar por mi misma. Un lugar de amor y luz, tan diferente de este mundo.
Con el último aliento de energía, traté de dirigirme a ella, con un ligero movimiento de mi cola para decirle que...”Y como pudiste hacerme esto..., esta frase no iba dirigida a ella, iba dirigido a ti. Mi querido amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario