miércoles, 27 de mayo de 2009

Estudio sobre los dedos del pie.


Como estamos todos de acuerdo en que cualquier cosa que hagamos para conocernos mejor será poco, no preguntes, hazme caso, y estés dónde estés, descálzate, quítate los calcetines y observa detenidamente los dedos de tus pies resulta que su forma y posición es una de las mejores fuentes de información de nosotros mismos:
- Dedos lisos, sin rugosidades: el dueño de este tipo de pie expresa sus inquietudes intelectuales de una forma modesta pero decidida.
- Dedos cuadrados: persona bastante inflexible, de carácter dominante y poco dado a la negociación.
- Dedos redondos: gente temerosa de manifestar sus opiniones.
- Dedos puntiagudos: sus poseedores sufren estallidos de energía imprevistos.
- Dedos con callos o juanetes: ocultan alguna emoción.
- Unos dedos semiocultos detrás de otros: personas modestas.
- Dedos anchos y grandes: personas muy dotadas para la argumentación dialéctica que hablan largo y tendido.
- Dedos torcidos: personas con tendencia a cambiar de parecer frecuentemente.
- Dedos bastante separados: personas con problemas de comunicación.
- Dedos con marcas abultadas en las uñas: persona muy voluble en sus emociones.
Creo que tenía que haber dicho al principio, que si este test se va a realizar delante de alguien, conviene haberse lavado antes por aquello del "que dirán", aunque bien mirado, se podría añadir a la lista eso de, dedos con "pelusilla" y cierto olor a queso curado, automáticamente, persona guarra y dejada. Psicología pura y dura.

jueves, 21 de mayo de 2009

Ego y autoconfianza


Todas las mañanas me miro al espejo. El espejo es injusto y caprichoso pero sirve para acercarnos a nosotros mismos. Lo peor es el primer impacto, me doy cuenta de mis fallos, esos miles de fallos que el resto de día sólo se los veo a los demás. De golpe me encuentro a un tipo despeinado, con gestos de mala leche y pensando aquello del que hace una cara como tú en un sitio como éste.

De lo que no estoy descontento es de lo que veo por dentro: alguien con mucha ilusión, con ganas de hacer cosas, de aprovechar cada momento al máximo; una persona que crece, que vive su historia lo mejor que sabe, alguien coherente que intenta experimentar sentimientos, que se siente orgulloso de la vida que lleva, que intenta vivir el presente con la máxima intensidad posible... alguien normal, vaya.

Cada mañana tengo que poner de acuerdo a las dos partes, la de fuera y la de dentro, aunque en eso tengo suerte ya que la recomposición física suele ser relativamente fácil: una vez asumido que hay que descartar los milagros y que la cosa se reduce a disimular lo evidente (que no es poco), te afeitas un poco, te lavas un poco más, te haces la ilusión de que todavía puedes peinarte algo, te colocas una sonrisa a tiempo.. y ¡voila! empiezas a verte hasta presentable. Sería mucho más difícil el acercamiento a la inversa, ahí sí que se necesitaría mucho más que agua y jabón.

Sé que voy contracorriente, que en estas historias la mayoría de la gente escribe de lo mal que se siente, de los desgraciados que son, de la mala suerte que tienen en la vida... pero siendo sincero tengo que reconocer que yo me miro al espejo y me gusto.

viernes, 15 de mayo de 2009

Bancos y Cajas

Habrá quien no se acuerde, pero antes de que fuéramos modernos la gente que quería sacar dinero tenía que ir a su banco (siempre en horario de oficina) y, después de rellenar unos papelitos en los que había que firmar por duplicado y hacer la correspondiente cola, un señor de carne y hueso con cara de adicto (forzoso) a los laxantes, te lo acababa dando de mala gana. El trasiego de clientes era tal (y los señores estreñidos tan lentos) que las colas que se formaban hacían que quien sacaba o ingresaba su capitalito siempre tuviera una nariz encima de su hombro enterándose hasta de los plazos que le faltaban para acabar de pagar la lavadora.
Por eso, a los bancos, tan suspicaces ellos con estas cosas de la intimidad (ajena), se les ocurrió poner en el suelo unas tiritas de colores chillones en los que, con letras todavía más aparatosas, se podía leer algo así como “espere aquí su turno”. El resultado no se hizo esperar, y salvo algún despistado y el habitual rebelde porqueelmundomehahechoasí, la gente empezó a cumplir a rajatabla el mensaje.
Pero llegaron los cajeros automáticos y, aunque su número es infinitamente superior al de los señores estreñidos y su horario se extiende por el infinito y más allá, las colas delante de ellos volvieron a aparecer. Normal. Entre los lentos que son (a ver si va a ser verdad aquello que dicen de que dentro de cada uno hay un jubilado bajito que comprueba hasta cien veces la cantidad que le has pedido), que a todos se nos ocurre sacar dinero a la misma hora, y que de los noventa y cinco que hay en cada esquina sólo funciona uno, pocas veces puedes teclear tu idolatrada clave sin que tengas que intentar preservar su intimidad de mil ojos indiscretos.
Ante un mismo problema, una misma solución. ¿No podrían poner las banditas de colores con el famoso mensaje en la calle? Ya sé que las aceras son de los ayuntamientos, pero conociendo los escrúpulos de éstos (y, sobre todo, su escasez de fondos... ¿alguien ha dicho algo de un impuesto nuevo? Sí, sí, sí, aprobado!!!) seguro que tampoco iban a poner muchos problemas.

Y es que uno empieza a tener una edad en la que disimular los años es ya tarea (la tarea) prioritaria. Y de nada sirve que cada mañana, intentando aparentar seis meses menos, te pongas la baba de caracol, tres hidratantes, seis antiarrugas, dos rodajas de pepino del amazonas y una capa de concha de nacar a la rosa mosquera, si luego, cada vez que uno va al cajero y teclea su clave, todo el vecindario se entera del año en que has nacido. No es justo.
Frase: "Todos dicen que el perdón es una idea maravillosa, hasta que tienen algo que perdonar" (Clive Staples Lewis, 1898 - 1963; escritor irlandés)

lunes, 11 de mayo de 2009

Campo de batalla

Un verdadero amigo, es aquél que llega cuando todo el mundo se ha ido.
Mi amigo no ha vuelto del campo de batalla, señor, solicito permiso para ir a buscarlo, dijo un soldado a su teniente. “Permiso denegado...”, replicó el oficial, “No quiero que arriesgue su vida por un hombre, que probablemente haya muerto...”.
El soldado, no haciendo caso a la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso, “ya le dije que había muerto, dígame, ¿merecía la pena ir allí, para traer un cadáver?”, y el soldado moribundo, respondió, “claro que sí, señor, cuando lo encontré todavía estaba vivo y pudo decirme: “...estaba seguro que vendrías a buscarme...”.

lunes, 4 de mayo de 2009

Gripe porcina


Andamos estos días revueltos con la mal llamada gripe de los cerdos (el H1N1 tiene elementos de la gripe humana, la porcina y la aviar) igual que hace unos meses andábamos con la de los pollos y hace otro tanto con las vacas (¿las noticias de las epidemias siempre se han parecido tanto unas a otras, o es uno, que se ha vuelto insensible?) y pocos son los que no se conocen al dedillo cuantas veces tienen que estornudar antes de salir corriendo a urgencias. Nunca ha sido tan fácil, tan rápido, ni tan cómodo estar informado.
No se trata de quitarle importancia a algo que, evidentemente, la tiene. Sin embargo, ¿cuánta gente se acordará de semejante historia dentro de unos meses? Pocos. Porque lo que de verdad nos importa, lo que de verdad recordamos como marcas en la vida, son las cosas que nos suceden a nosotros. Y a todos nos suceden cosas: uno acaba de tener un hijo, el otro enterró a su padre, este otro encontró trabajo y para aquel esta fue la semana en la que le despidieron del suyo. Ésos sí son los hechos trascendentales que recordaremos. Incluso para el que acaba de perder al amor de su vida, este año pasara a la historia como el año del desamor y no como el de la gripe de los cerdos.
Suena cruel, pero es lo normal. Los hechos particulares siempre son más determinantes en nuestras vidas que guerras, epidemias, terremotos, grandes gestas deportivas, o teatrales cambios de gobierno. Y nadie se siente egoísta por ello. Ni tan siquiera aquel, al que algo tan insignificante para el resto de la humanidad como es haberse separado de su pareja, le ha entristecido más que todas las catástrofes, naturales o antinaturales, del mundo.
Frase: "El clavo que sobresale siempre recibe un martillazo" (Proverbio chino)

sábado, 2 de mayo de 2009

Educación Internacional

Si llegados esos momentos queremos que la comida sea el preludio de otras "comidas" posteriores, conviene no defraudar al exótico anfitrión conociendo sus costumbres.
Algunas tan extrañas como las de los coreanos, donde lo educado es hacerse de rogar varias veces antes de sentarse a la mesa, o las de Jordania, donde es práctica habitual rehusar por dos veces la invitación a servirse de un mismo plato, pero sólo dos veces: hay que decir sí a la tercera o te quedarás sin comer.
En todo occidente se presenta la mesa con cubiertos, pero así como en los países anglosajones es costumbre dejar la manos en el regazo cuando no se está comiendo, en el resto se considera de muy mala educación.
También está muy mal vista la costumbre española de probar otros platos; y en Francia concretamente es un "pecado" mojar pan en la salsa.
En África y Asia comen con las manos, pero, atención, sólo con la derecha y con tres dedos a lo sumo. Nunca hay que frotar los palillos uno contra otro entre las manos de un hogar asiático porque creerán que piensa que le han puesto unos baratos.
Cuidado con las comidas y cenas en Rusia si se tiene el hígado delicado. A cada dos por tres hay que levantarse y tomarse un chupito de vodka porque alguien hará un brindis.
Así como en Europa y Norteamérica es de buena educación terminar lo pongan en el plato, no sucede lo mismo ni entre los lapones ni en el mundo árabe, en donde es conveniente no comérselo todo porque luego no tendrían qué comer los niños y los criados. En Indonesia se aconseja dejar algo en el plato para indicar que no se quiere más.
Los eructos en Australia no están mal vistos, pero sí en Europa; y en el mundo árabe son sinónimo de que se está satisfecho. Para demostrar que le ha gustado la comida, en Portugal debe besar el dedo índice y, con éste y el pulgar frotarse la oreja.
Visto lo visto, casi mejor dedicarse al producto "nacional", a ver si con tanto ringorrango luego no podemos concentrarnos en el "postre".