lunes, 29 de septiembre de 2008

A falta de pan...


¿Es la naturaleza sabia o podremos comer hasta reventar?
Ahora resulta, bueno ahora me entero yo, que supongo que siempre habrá sido así, que las termitas, chinches, hormigas, o incluso las cucarachas no solo son comestibles, que eso ya lo sabíamos por los documentales de la dos que tanto nos ayudan en la siesta, sino que además su carne es tan sana y nutritiva que la de vaca o la de pollo.
Si esto es verdad y no solo algo que se inventó el becario que lleva la sección de curiosidades para llamar la atención, lo del hambre en el mundo empezaría a no tener mucha explicación porque otra cosa no, pero el número de cucarachas, chinches y demás animalitos presuntamente proteicos, están en un número que aumenta de forma directamente proporcional a la hambruna de algún país, con lo cual la cosa está clara; Y aquí no valen los remilgos del asco y eso, en situaciones de emergencia uno se come hasta a su vecino y sino que se lo pregunten a los supervivientes aquellos de los Andes.
Además tampoco parece que tenga mucho que ver la existencia de agua o vegetaciones varias, que todos sabemos como las cucarachas pueden vivir sin ver una sola planta en su corta vida... eso si, los que peor lo pasarían iban a ser los vegetarianos, suponiendo que exista alguno por esos lares, aunque me imagino que aplicando el refrán de “a buen hambre no hay pan duro” acabarían por inventarse la teoría de qué comer insectos no es convertirse en carnívoro sino más bien “insectívoro” con lo que sus conciencias quedarían satisfechas y sus estómagos un poco más llenos. Ya sabemos que el hombre es una animal muy adaptable, especialmente si le interesa.
Lo reconozco, hay días que la desesperación me lleva a decir tonterías como las anteriores, leyéndolas me doy cuenta de como trabajar, perdón, estar en el trabajo, es uno de los factores de riesgos mas evidentes y peligrosos para el equilibrio emocional y la salud mental.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Con luz o sin luz ( gran dilema )

Uno de los dilemas más habituales a los que tiene que enfrentarse un ser humano es decidir si enciende la luz -o no- cuando, en mitad del mejor de sus sueños, no le queda más remedio que levantarse a mear. Y es que, como dice una versión libre de aquella vieja canción de mi idolatrada Mina, cuando la vejiga aprieta es que aprieta de verdad. O algo así.
El primer impulso es, lógicamente, encenderla. La experiencia es un grado y quien más y quien menos ha probado esa proverbial habilidad que tiene el dedo meñique del pie descalzo para tropezar con cuantos salientes existan en su camino. Pero sólo es el primer impulso ya que por poco que uno reflexione a esas horas llegará a la conclusión de que lo único que va a conseguir encendiéndola va a ser alterar el reloj biológico y no poder volver a dormir el resto de la noche.
El dilema es peliagudo y tomar una decisión en semejantes condiciones resulta casi imposible.
Sin embargo -la necesidad aguza el ingenio-, al cabo del tiempo cada uno termina desarrollando su propio método, un método tan personal como intransferible. Desde quien sí la enciende y es capaz de guiarse por ella sin abrir los ojos, hasta el que, presumiendo de conocer cada rincón de su casa con los ojos cerrados, prefiere andar a oscuras a riesgo de acabar meando en la bañera.
Dado que el problema afecta a un elevado número de personas de toda clase y circunstancia eminentes científicos se han lanzado a buscar una posible solución. Uno de los grupos más activos en el tema acaba de publicar en una prestigiosa revista científica lo que podría ser un primer avance. Se trata de lo que han denominado “disparo fantasma”, un complicado método basado en incomprensibles ecuaciones matemáticas y enredados cálculos de física cuántica (en los que no faltan varios de esos logaritmos neperianos que tan bien me va a explicar Beni en cuando quedemos para comer torrijas) del que puedo ofrecer -en exclusiva- un pequeño extracto conseguido después de muchas horas de estudio y dedicación, y no sólo por su enmarañado contenido, que también, sino por haber tenido que traducirlo directamente del Sórabo, su idioma original.
“Sin dejar de mirar en ningún momento en dirección a la taza, enciende y apaga la luz rápidamente. Durante algunos segundos, tendrás una imagen fantasma de la diana. Ajusta y dispara, evitado mover los ojos para no desplazar la imagen. El golpe de luz satura algunos conos presentes en los ojos. Al volver la oscuridad, los conos siguen reaccionando, reproduciendo durante un instante la imagen percibida."
Y aunque visto así el sistema no resulta malo, al leerlo se me ha ocurrido a mi pensar que pudieran (o pudiesen) existir algunas otras soluciones. Claro, que si hay gente que está dedicando toda su vida a investigar el problema, no voy a ser yo el típico presuntuoso de mierda que va de listillo dedicándose a tirar por tierra las conclusiones de gente tan principal, una gente que lleva años invirtiendo tiempo -el suyo- y fondos públicos -ajenos- en tan complejas e interesantes teorías.
Aunque yo piense que el mejor y más práctico método para mear a oscuras es mear sentado. Al menos eso me han contado.

viernes, 19 de septiembre de 2008

La patata caliente


Me contaba un amigo que una de las lecciones más valiosas que había aprendido fue la que le dio su abuela un día en que, llevándole a la cocina, cogió una patata del agua hirviendo, se la arrojó a las manos y le gritó: "-¡vamos, agárrala!"
Mientras él hacía desesperados malabarismos para no quemarse, la abuela añadió: “-no sabes qué hacer con ella, ¿verdad?, pues atento, esto es algo que tienes que recordar toda tu vida. Cuando alguien te pase una patata que te queme, ¡devuélvesela!”
Le contaba que una situación difícil de resolver, una pregunta difícil de contestar, es como una patata caliente; durante toda su vida se encontraría con gente listas que fingirían ingenuidad para quedarse a la expectativa respecto a él, tratar de aprender lo que él supiese y observar cómo él resolvía los problemas, personas que piensan que si nos dejan la patata para que sean los demás los que le den vueltas en la mano cuando más caliente está, ya no quemará tanto cuando sean ellas las que la cojan. O bien que al ver cómo se las arreglan los demás aprenderán la manera de manejar la patata sin quemarse. Al fin y al cabo cuando hablas no haces más que repetir lo que ya sabes, pero si escuchas es posible que aprendas algo.
Además, hacer que otro coja la patata es más fácil de lo que parece, basta aprovecharse un poco de la vanidad ajena. A mi un “usted, que sabe mucho más de esas cuestiones que yo, ¿qué piensa?" me ha salvado más de una vez y más de dos de quemarme las manos con alguna patata.

Frase: “No hacer nada es la mejor manera de conservar toda la fe en nuestras posibilidades” (Noel Clarasó, 1899-1985; escritor español)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

El colmo del espacio

En principio se me había ocurrido que la diferencia podía venir por la calidad de los ingredientes. Descartado. Ellos mismos se encargan de dejar bien claro que para elaborar sus productos sólo usan los mejores.
Por eso, sigo sin entender cómo si un kilo en seco de buenas alubias, fabes... o como se llamen, rondan los doce euros en cualquier tienda, el bote de fabada "Litoral", es decir, las mismas –según ellos- buenas alubias, más el tocino, más el chorizo, más el espesante, más el colorante E-101, más otro montón de cosas (y encima todo metido en un bote que me imagino algo valdrá también) apenas si llega -entre ofertas del trespordos y algún que otro chikiprecio de temporada- a los dos euros la lata.
Tratar de desentrañar algunos de los misterios de la vida es lo único que nos puede llevar a la verdad que todos buscamos. ¡Pero resulta tan difícil acercarnos a ellos a veces!

Y no, no son made in China. Todavía.

Frase: “Esto no es una barriga. Es una camiseta en relieve”. (Eslogan de una marca de cerveza para sus camisetas)

viernes, 5 de septiembre de 2008

El trabajo engorda

Trabajar engorda. Silogicemos. El trabajo es la principal causa de estrés en la vida diaria de cualquier persona. Cuando nos estresamos se dispara la hormona ACTH, una sustancia que estimula la producción de corticoides, como el cortisol. Ciertas células grasas, concretamente las del abdomen en los hombres y las de las caderas en las mujeres, parecen ser especialmente sensibles a los corticoides por lo que las personas con una alta concentración de estas hormonas tienden a engordar en estas zonas. A más trabajo, más estrés; a más estrés, más hormonas; a más hormonas, más grasa.
Pero, sobre todo, el peligro del estrés producido por el trabajo está en que se consume la serotonina, la hormona cerebral de la satisfacción, y eso tiene dos consecuencias nefastas que influyen en la dieta: por un lado, el descenso de la serotonina provoca al final del día una gran necesidad de comer, sobre todo hidratos de carbono u otros alimentos apetecibles pero poco saludables (el cuerpo procesa mal los carbohidratos después de las ocho de la tarde porque nuestro metabolismo funciona más lentamente), de picotear con ansia y de tragar como un lobo hambriento cualquier cosa que se ponga por delante. Por otro lado, esa tensión y el estrés acumulado a lo largo de día provocan una necesidad de autocompensación que se satisface fundamentalmente de dos formas: con la comida y con el sedentarismo.
La lógica se impone: dejar de trabajar mientras uno esté realizando una dieta debería de ser una medida de acompañamiento obligatoria de ésta. No puede ser que nos estén pidiendo que llevemos una vida sana y saludable y que nos esforcemos por conservar un peso correcto mientras se empeñan en que mantengamos uno de los hábitos que más contribuyen a deteriorar nuestra salud y que, además, engorda: trabajar.

Frase: “Burro que gran hambre siente, a todo le mete diente” (Refrán español)