martes, 20 de abril de 2010

Jabón de Café




En la primera cafetería que se inauguró en Londres, a finales del siglo XVII, había un cartel que decía: “!Esta bebida vivifica el espíritu y alegra el corazón. Es muy buena para algunas enfermedades de los ojos, suprime vapores y jaquecas, preserva de la tisis y de la tos pulmonar. Es excelente para curar la hidropesía, la gota, el escorbuto, el tedio, la hipocondría, impide el aborto, no es laxante ni astringente...”

El local nunca estuvo vacío.
Los tiempos han cambiado y los métodos de meterse cafeína en vena también. El nuevo “invento”, anunciado como una ayudita para quienes no logran espabilarse por las mañanas, se llama Shower Shock Caffeinated Soap y no es otra cosa que un jabón con cafeína. Su prospecto dice que cada pastilla contiene el equivalente de 12 tazas de café con 200 miligramos de cafeína por taza. Así, cuando uno se ducha con él recibe -a través de la piel- una dosis de cafeína equivalente a un café que, si bien no se acercaría al primero que me meto entre pecho y espalda cada mañana (en el que por su densidad puede mantenerse la cuchara en pie sin problema) sí podría considerarse bastante cargado.
No es que vaya a renegar de las imprescindibles tazas diarias, pero pienso probarlo en cuanto pueda, que cualquier ayuda para ponerse en marcha es poca. Y algunos días, más.

martes, 13 de abril de 2010

Gordo yo...?


-SEÑALES-


Sé que es un atrevimiento que alguien como yo, que sólo puede presumir de pesar och...... kilos si coge a su sobrino en brazos, hable de aquellos que después del verano se empeñan en adelgazar.

Pero noto cierto cansancio en el personal entradito en carnes de escuchar como otros individuos se empeñan en soltarle una vez si y otra también, mientras miran disimuladamente la indisimulable tripa: "¡cómo se notan las tapitas del bar" o gracias semejantes, con la respuesta inmediata de meter barriga y pensar que ya es hora de decir fuera el pan, fuera el azúcar, fuera el alcohol, fruta por la noche, verdura al mediodía y, sobre todo, apuntarse al gimnasio.

Los gimnasios deberían de estar prohibidos para la gente común, son muy aburridos, y casi todos los que lo intentan les pasa lo mismo: al cuarto día de doblar el espinazo haciendo abdominales, sienten la tentación de espaciar las citas con la musculación a dos por semana en vez de tres y a una en vez de dos.

Al quinto ya pasan más tiempo en el jacuzzi -o como se escriba- que en la máquina de hacer pectorales. Se llevan una radio de auriculares, y empiezan a poner disculpas de todo tipo; cuando no se les olvida la toalla no se acuerdan de llevarse una muda para después de la ducha; se deprimen profundamente cuando se pesan tras media hora de la cinta esa de correr y se dan cuenta de que sólo han perdido las calorías equivalentes a un miserable yogur de fresa.... y de los desnatados.

Mejor dejemos las torturas para los tiempos de la Inquisición, algo que se disolvió, por suerte, hace muchos, muchos años.