jueves, 28 de agosto de 2008

Bacanales y Banquetes


Desde su primer día en Roma, ciudad a la que ya entró subido en un lujoso carro tirado por docenas de mujeres desnudas, Vario Avito Basiano (205-222), coronado a los 14 años emperador romano con el nombre de Marco Aurelio Antonino (aunque más conocido con el sobrenombre de Heliogábalo) se dio cuenta que gobernar un imperio no tenia porqué ser aburrido.
Aparte de darse esos pequeños caprichos que todos tenemos -y que tanto ayudan a sobrellevar el día a día-, como su costumbre por no beber nunca dos veces de un mismo vaso (que tenía que ser siempre de oro macizo), vestirse con ropas femeninas en las noches de luna llena o casarse con varios gladiadores en una misma ceremonia, Heliogábalo se hizo famoso por los banquetes que ofrecía a sus invitados, unos banquetes a los que asistía el todo Roma y que, como buen anfitrión que era, cuidaba en sus más mínimos detalles como bien reflejan los relatos de los innumerables cronistas de la época que el mismo emperador dispuso para que sus hazañas pasaran debidamente a la posteridad.
En uno de ellos, y por aquello de celebrar que empezó a gobernar un año acabado en ese número, organizó la fiesta temática del ocho invitando para la ocasión a ocho jorobados, ocho cojos, ocho gordos, ocho esqueléticos, ocho enfermos de gota, ocho sordos, ocho negros y ocho albinos. Llegados los postres cada uno de ellos recibió ocho puñaladas en medio del alborozo general del resto de los invitados que podían participar libremente de espectáculo, y no sólo como simples espectadores sino también, si lo deseaban, como verdaderos protagonistas del mismo. Tan pocos invitados pudieron resistirse a participar que hubo que improvisar deprisa y corriendo varias tandas más de ochos (echando mano de los esclavos del servicio) y así que ningún invitado se quedase sin jugar, algo que hubiera sido toda una desconsideración.
Precisamente era la hora de los postres, momento en el que quien más y quien menos se hallaba afectado por la bebida, cuando el emperador ponía en práctica sus mejores ideas, ésas que le hacían ser siempre el alma de la fiesta. Legendaria fue aquella en la que, con todos los invitados dentro, mandó cerrar las salidas del comedor e hizo soltar una manada de fieras salvajes a las que previamente había hecho arrancar los dientes y las garras, un pequeño detalle que desconocían los aterrados comensales y que acabó convirtiendo aquella amena velada en algo inolvidable.
Hay gente que siempre sabe divertirse.

Frase: “Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido." (Aristóteles 384-322 a. C.; filósofo griego)

jueves, 21 de agosto de 2008

El dedo meñique

Tenemos cinco dedos en cada mano. Y, aunque forzando la cosa, cada uno de ellos acaba entrando en los agujeros de nuestra nariz (quien más y quien menos está acostumbrado a meter cosas grandes en agujeros pequeños) sólo el meñique lo hace desahogadamente.
Teorías del por qué esto es así hay tantas como investigadores han sido capaces de perder su tiempo estudiando tan apasionante tema. Una de las que tiene más seguidores es la que afirma que el dedo meñique no ha crecido tanto como los demás porque si lo hiciera dejaría de cumplir la función para la cual está destinado: la higiene nasal.
Los defensores de esta hipótesis cuentan con un argumento de peso: la selección sexual favoreció a quienes tenían el dedo meñique con un calibre capaz de entrar sin dificultad en las fosas nasales. Según distintos estudios, las mujeres del Pleistoceno podrían haber preferido aparearse con los hombres de meñique pequeño ya que así ellos podían hurgarse las narices y mantenerlas más fácilmente limpias, algo que consideraban un detalle de buena salud a la hora de buscar al padre de sus hijos.
Ellas siempre eligiendo en función del tamaño. Luego dirán que no les importa. Ya.

jueves, 14 de agosto de 2008

Giacomo Casanova

Aunque las aventuras sexuales no son para contarlas sino para disfrutarlas, siempre ha habido maestros empeñados en describirnos, con pelos y señales, sus historias eróticas. Y menos mal, al fin y al cabo es la única manera que tenemos los pobres inocentes para saber esos trucos que hicieron de ellos unos verdaderos ejemplos a seguir.
Giacomo Girolamo Casanova de Seingalt, (Casanova para los amigos) se jactó públicamente de haber seducido a miles de mujeres, preferentemente esposas e hijas de sus amigos. Según él mismo dejó escrito en sus memorias, el secreto de su resistencia física y de su apetito amatorio residía es la sobredosis de ostras, no menos de cincuenta, con que se desayunaba cada mañana.

Claro que no sé yo hasta que punto se puede fiar uno de sus consejos teniendo en cuenta que en un capítulo posterior de las mismas memorias desvela el infalible método anticonceptivo que usaba para no dejar nunca embarazadas a sus múltiples conquistas: introducir una canica de oro de 60 gramos en la vagina de cada una de sus entusiastas y cándidas amantes.

Eso sí... siempre la misma, y siempre la suya. En estas cosas, sobre todo habiendo bolas de por medio, la confianza resulta fundamental.

Frase: "La masturbación es un entrenamiento, jamás un vicio” (Roberto Sánchez, 18 años, estudiante F.P.)

viernes, 8 de agosto de 2008

Olimpiadas

Ahora que estamos en tiempo de Olimpiadas, es momento de poneros en antecedentes sobre algunas anécdotas que protagonizaron sus atletas, aunque de algunos de ellos haya pasado algún tiempo.
Desde que en 1886, por iniciativa del Barón de Coubertain, compitieron 200 hombres representando a 14 países, hasta las de Atenas 2004, solamente las dos guerras mundiales, 1914 y 1939, han sido capaces de suspender unas olimpiadas. La bandera olímpica, creada por el propio Coubertin, es blanca con cinco aros unidos, representando a los continentes: Asia (amarillo), azul (Europa), negro (África), verde: (Australia) y rojo (América).

En los primeros juegos de la era moderna, el griego Aristides Konstantinidis destrozó su bici contra una pared en los 87 km en ruta. Cogió una del público y siguió.

El español Pedro Pidal logró el segundo puesto en el tiro al pichón en los juegos de 1900 de París. Su premio fue un par de calcetines.

Hasta 1908 los ganadores recibían una medalla de plata, los segundos se llevaban una corona de laurel y no había premio para los “terceros”. De todas formas, las medallas que se entregan a los campeones no son de oro, sino de plata bañada en oro.

Fred Lordz ganó el maratón en 1904, en los juegos de San Luís, pero poco antes de la entrega de medallas se descubrió que había ido en automóvil desde el kilómetro 14 hasta las cercanías del estadio.

En Londres 1908, Geo André en el tercer y último intento del salto de pértiga, se le engancharon los bombachos con el listón. Obtuvo la medalla de plata.

La primera muerte de un deportista olímpico ocurrió en los juegos de Estocolmo (1912). El lanzador Lázaro murió durante el maratón a causa del intenso dolor.

En París 1920, Rudolf Bauer, lanzó su disco con tanta fuerza que acabó dándole al público en varias ocasiones.

Las primeras mujeres compitieron por primera vez en 1928, seguían las dudas de si tendrían aguante.

En Ámsterdam, 1928, a la alemana Hilde Schrader se le rompió el bañador, que dejó un pecho visible. Le dio tanto pudor que quiso terminar cuanto antes y ganó.

El equipo español de hípica logró en los juegos de Ámsterdam, en 1928, la primera medalla de oro del olimpismo español.

En los juegos de Los Ángeles de 1932, el ciclista italiano Ebelardo Pavesi, cambió el avituallamiento normal de la prueba de 100 km en ruta (fruta y verduras) por un buen plato de spagueti, que comió sin dejar de pedalear. Y ganó.

La autopsia reveló que la polaca Stanislawa Walasiewicz, medalla de oro en 100 m en Los Ángeles 1932, tenía genitales masculinos.

La plusmarquista de los 100 metros lisos Walaa, pidió en 1936 que la ganadora, la norteamericana Helen Stephens, se desnudara para comprobar que era una mujer. Lo hizo.

El nadador Jean Boiteux hizo prometer a su padre, en las olimpiadas de 1952, que le dejaría casarse con su novia si ganaba. Lo logró y su padre se tiró al agua vestido y con boina para felicitarle.

El primer nadador que se rapó para ir más rápido fue el alemán Lampe. Luego subió al podium con peluca.

El remero Vyacheslav Ivanov, de la URSS, ganó, en 1956, el oro en la modalidad de “skiff”. La emoción le hico lanzar la medalla al aire, pero cayó al agua y no la encontró.

Una cuarentena obligó a disputar las pruebas hípicas de los juegos de Melbourne 1956 en Estocolmo.

El debut de Surinam en la historia del olimpismo fue extraño. Su primer participante Wim Assajas, se quedó dormido en Roma 1960 y no corrió los 800 metros.

El boxeador Cassius Clay tiró su oro conseguido en 1960 a una alcantarilla porque no le dejaron entrar en un restaurante de Roma.

El judoka nipón Akio Kaminaga, perdió en Tokio 1964 la final ante el holandés Anton Geesnik, y su paisano Suburaya quedó tercero en el maratón. Ambos se suicidaron dos años después avergonzados por decepcionar al Emperador.

La australiana Dawn Fraser celebró en 1964 su triunfo en natación robando una bandera del Palacio Imperial de Tokio.

La derrota del judoca Akio Kaminaga en los juegos de Tokio 1964 supuso tal vergüenza en el país que varios de sus compatriotas se suicidaron. Dos años más tarde lo hizo el propio Kaminaga.

El campeón de los pesos pesados en Munich 1972, desayunaba cada día 26 huevos fritos y un filete antes de entrenarse.

El boxeador estadounidense Charles Vinci se pasó de peso para su categoría y tuvo que raparse el pelo al cero con el único objetivo de quitarse los gramos que le sobraban para ser admitido.

El esgrimista ruso Borís Onischenko fue excluido de por vida de la competición por haber trucado la empuñadura de su espada durante los juegos de Montreal 1976. Onischenko había incluido un dispositivo con el que podía hacer que el sistema de detección de toques le diera un punto incluso sin rozar a su rival.

En Moscú 1980, plena guerra fría, a los árbitros se les acusó de muy “caseros”. Cada vez que algún atleta de la URRSS lanzaba su jabalina, se abrían las puertas del estadio para que hubiera corriente. Ganó uno de sus atletas, Dainis Kula, con un lanzamiento de 91,20 m.

Hasta las olimpiadas de 1984, ningún atleta de color había encendido el pebetero.

El saltador de trampolín de EE.UU. Gregory Louganis ganó dos medallas de oro en Seúl 1988. Pocos sabían que era VIH positivo.

Por cierto, las Olimpiadas no se celebran cada cuatro años, cada cuatro años se celebran los Juegos Olímpicos. La "Olimpiada" es el espacio de tiempo entre dos convocatorias.

lunes, 4 de agosto de 2008

Pantalones caídos

Dejando a un lado el insondable misterio del "cómo" se sujetan, (a buen seguro habrá algún grupo y/o departamento de alguna universidad realizando un sesudo estudio -con fondos públicos- sobre el tema), no le encuentro yo la gracia a esa moda tan extendida, e imagino tan incómoda, de llevar los pantalones lo más "caídos" posible.
Se pensaran que son "modernos". Pobres. Les convendría saber que, como casi siempre, no hay nada nuevo bajo el sol.
Mostrar, enseñar, presumir de ropa interior (al fin y al cabo el asunto tiene un fin exhibicionista- porque ellos pueden-) ya se puso de moda en los siglos XVI y XVII, aunque por entonces lo que se enseñaba no eran el último modelo de tanga o la marca de los calzoncillos sino la "gola", un cuello rígido de encaje y que no era otra cosa que la flamante ropa interior de moda de la época sobresaliendo por el pescuezo.
El miedo a la peste y la creencia de que el agua contaminada por ella podía atravesar los poros de la piel, hizo que la gente se dejara de bañar, pasando a ser el más limpio el que más ropa interior poseía y más blanca la llevaba. Las consecuencias nos se hicieron esperar: los "cuellos" empezaron a sobresalir como signo de higiene y de poderío. Cuanto más grande y más "plegada" era la "gola", mas importante era su propietario.
El tamaño, como siempre, marcando la diferencia.
Otra versión, sin embargo, respecto a lo de los pantalones caídos, es que la "moda" proviene de la cárcel. En la cárcel no dejan llevar ni cordones, ni cinturones, ni gorras, nada que pueda usarse con fines inapropiados. Sin cinturones y con una sola talla, pues a llevar pantalones caídos. Si no tienes gorra, pues se cubrían la cabeza con pañuelos improvisados, etc.
La transición de ahí a círculos pandilleros, que estaban en bastante contacto con la "meca", y para los que suponía la seña de "identidad" de haber pasado por la cárcel fue lo siguiente.
Estas "curiosidades" las comenta bastante Tom Wolfe en "A Man in Full" creo que para el castellano se tradujo como "Todo un hombre".
Curioso de donde procede la "moda" eh? Y cómo lo han explotado comercialmente, en unos gayumbos que valen como más de 10 veces de lo que son...