lunes, 29 de noviembre de 2010

Las siete edades de la persona


Aunque el D.N.I. nos machaque sin piedad y la tarta del cumpleaños se parezca cada vez más a un "paso" de Semana Santa, no debemos negar la evidencia: de las edades (en plural) que tenemos todas las personas, la menos fiable es, precisamente, la que se empeñan en imponernos como la "oficial".

Y es que, cualquier persona "humana" no tenemos sólo una edad, ni dos, ni tres... tenemos siete.

La edad "aparente": aquella que nos atribuyen los demás según nuestro aspecto físico. Por ejemplo y según una de las encuestas publicadas sobre el tema, la mayoría de mujeres españolas de 40 años piensan que sus amigas tienen una edad "aparente" diez años superior a la "cronológica".

La edad "psicológica": es la edad autopercibida, aquélla en la que cada uno se siente ubicado y relaciona con la actitud. Por seguir con la misma encuesta, casi todas las mujeres españolas de 40 se sienten hasta 10 años más jóvenes de lo que indica su D.N.I.

La edad "biológica": aquella que se corresponde con nuestro estado físico y de salud. Se calcula que en España la edad biológica de un 15% de la población está un par de años por debajo de la cronológica. Por cierto, la de un servidor sufre muchas variaciones a lo largo del día oscilando entre los 90 años biológicos durante el horario laboral a los 16 recién cumplidos fuera del mismo.

La edad "emocional": propuesta por el filósofo Guido Mizrahi y que se mide por la calidad de las relaciones que tenemos con el prójimo, por el grado de amor o de dolor que predomina en cada uno. A mayor inseguridad, menor crecimiento emocional.

La edad "espiritual": la más oculta y secreta. Es una gradual toma de conciencia acerca del carácter divino que hay dentro de uno. La sabiduría en estado puro. En este apartado y en el anterior no debo de llegar al año. Imposible entender el concepto.

La edad "social": se mide por la capacidad de contribuir al trabajo y al grupo. En nuestra sociedad estas funciones aparecen ligadas a la juventud mientras que en otras culturas como la africana se exalta el valor de la experiencia. Aquí también soy menor de edad (muy, muy menor).

Y la edad "cronológica": son los años que tenemos contados desde el día en que nacimos. Es la que aparece en todos los documentos oficiales y es la que cuenta a efectos burocráticos. Sin embargo y según todos los médicos, es la menos cierta de todas.

Y digo yo, pudiendo elegir y estando como están científicamente reconocidas las siete (ya en un cuadro del siglo XVI de Hans Baldung Grien aparecen todas representadas) ¿por qué se empeñen en que nos quedemos con la peor de todas?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Productos de belleza o restauración...


Ha cambiado el marketing: así como ahora cualquier producto de belleza que se precie tiene que venir de París y tener nombre francés, en el Imperio Romano la calidad era sinónimo de haberse fabricado en Grecia, que por algo la palabra cosmética es de origen griego y los cosmetas o perfumistas siempre anunciaban sus productos en griego.
También han cambiado las instrucciones de uso: mientras ahora hasta el más modesto contornodeojosdeliplus del Mercadona viene con su moderno aplicador, en tiempos de los romanos la costumbre imponía que una esclava llenara su boca de perfume para, seguidamente, espurrearlo sobre el rostro y el cuerpo de la dama a la que servía. Había menos paro entonces.
Y hasta ha cambiado el sentido estético: mientras ahora, por ejemplo, la depilación del entrecejo para la mayoría de las mujeres suele ser una cuestión de estado, en el Imperio Romano lo realmente hermoso era que las cejas se juntasen sobre la nariz; la obsesión por lograrlo era tal que no había señora Telva o chica Cosmo de la época que no se aplicara un compuesto de huevos de hormiga machacados con cadáveres de moscas para conseguir el efecto deseado.
Pero lo que apenas ha cambiado ha sido el resultado final. La forma en que Petronio describe en su Satiricón a ciertas damas de la época recién maquilladas: “...sobre su frente bañada por el sudor fluía un torrente de aceites, y en las arrugas de sus mejillas había tal cantidad de yeso que se hubiese dicho que era una vieja pared decrépita surcada por la lluvia", sirve perfectamente para describir a una gran mayoría de las señoras maquilladas hoy.
Que además, visto lo visto, seguro que disfrutan de otra cosa en común: ninguna tenía o tiene espejos en los que mirarse antes de salir de casa porque si se viesen las pintas que llevan no creo yo que fueran capaces de salir a la calle.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La querida del Jefe...



Si se limitara a acostarse con el jefe vaya y pase. Pero este ser es odiado/envidiado por el resto del personal por sus aires de “Primera dama” (en negro) de la oficina, por pretensiones de segunda en el escalafón y beneficios cuyo sueldo no cubre decentemente.
Con menos méritos para el puesto que ocupa que el Pollo Olivera para estar en la selección, a esta chica siempre “alguien” le da “apoyo” oficial y sin competencia alguna logra su cometido o un meteórico ascenso. Ídem el Pollo.
Infumable el falluterío con que trata a la esposa del jefe en los asados de la empresa, a sabiendas del personal que no puede creer lo fresca que es la tipa. Sobre todo cuando comenta, como si fueran íntimas, la recuperación del Sr. Fernández de la gripe.
¿Y el kia nocordu? Fijo que tienen de marido un bobalicón, fulero pero adornado, que se cree pícaro con el resto de los empleados en las fiestas. Y el tipo es importador de algo, gerente o lo sea que da mucha guita. ¡Y en el fondo todos sospechamos que sabe que su mujer se acuesta con nuestro benemérito jefe!
El alcahuete/a de la oficina logra beneficios extras. Pero la mina del jefe tiene cuarenta días de licencia (“¡Me guardé días cuando fui a Floripa!”) obsequios extra el día de la secretaria (aunque no lo sea), regalitos anónimos ¡y feriados no laborables hasta el 4 de julio!
Tú te rompiste el culo preparándote en marketing y eres el indicado en cierta área ¡pero la que mandan a ese congreso de Mercadotecnia Estratégica en las Vegas es la perra ésta que hasta se complicaría la vida pasando el código de barras por un láser!
Y cuando creíste haber visto todo –y este es un clásico- ¡la tipa opina y lo que es peor incide en decisiones del directorio que afectan al resto! Bien dicen que “Más que yunta de bueyes tira más un vello púbico” (Versión publicable del refrán)
Las pequeñas venganzas: siempre se pueden regocijar los compañeros con los horrores ortográficos que la energúmena escribe en un memo o las faltas de ortografía que –si sabe como enviarlo- puede meter por párrafo en un mail, y pasárselo a todos con el asunto “SI JODE COMO ESCRIBE ‘TAMOS FRITOS”.
Ordinaria como eructo de mortadela esta chica es capaz de venirse a trabajar con pantalones blancos y bragas negras hilo-dental, como muestrario andante de bijou, o con esos relojes caros enormes cuadrados hiperterrajas, cuando no la Vuitton paraguaya.
Pero el patético siempre será el jefe, que aún haciéndose el discreto tiene un goce interno ante el resto, cuando en realidad es un pánfilo muerto en vida que si no fuera por el puesto o las “inversiones extras” no se montaría ni a una Vespa…

lunes, 15 de noviembre de 2010

Y dale con la gordura...


Antes, cuando "colesterol" sonaba a último modelo de coche japonés, estar gordo era síntoma de salud. En cualquier revista, los ricos siempre eran gordos y fumaban puros y todas las madres competían con uñas y dientes por ver quien conseguía cebar más al niño.

Hoy, las cosas han cambiado, los gordos son los pobres, los que no tienen dinero para pagarse una temporadita en la "buchinger", y tampoco les alcanza el sueldo para hacerse una liposucción cada seis meses.

Siempre me ha molestado, y lo dice uno que aunque pobre, está delgado, esa manía que tiene tanta gente de reprocharle a un gordo que esté gordo.

A nadie se le ocurre reprochar a un lisiado que no se levante de la silla de ruedas, pero no existe el menor reparo en atosigar al gordo con preguntas tan absurdas como ¿no haces ejercicio?, cuando es más que evidente la respuesta. Siempre hay alguien que cuando pasa al lado de uno le mira como si fuera a contagiarle los kilos, y eso se tiene que acabar.

Si el gordo quiere estar gordo que lo esté, y para los que quieran adelgazar, que sepan que hay métodos bastante mejores que pasar hambre y encima tener que ir a esa sala de torturas al que llaman "gimnasio".

Una idea, apuntarse a la tribu de los indios "Sirionó", que viven en el alto Amazonas, en Bolivia, y seguir sus "costumbres": a todos sus miembros les trae sin cuidado practicar sexo delante de otras personas, (algo que hacen a la menor ocasión), pero se mueren de vergüenza si son sorprendidos comiendo en público.

Comer menos, "gastando" más. Esto si que es quemar calorías de una manera sana.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Sufijos y Prefijos


Variaciones sobre un mismo tema: el cojón y sus compañías. Si se adosan a sufijos y prefijos éstos modificarán completamente su significado: acojonarse nada tiene que ver con descojonarse, y cojonudo menos con cojonazos. El tiempo del verbo que los acompañe -aunque sea el mismo- también los cambia. Y mucho. No sólo porque el imperativo suela expresar sorpresa: ¡tócate los…!, sino porque no es lo mismo que alguien se los toque (incluso algunos se los rascan), a que alguien te los toque (mucho más molesto sin duda). También será el verbo quien determine su sentido en las frases hechas: tenerlos es señal de valentía, ponerlos expresará un reto, especialmente si se ponen encima de ciertos sitios, y cortarlos suele sonar a amenaza si se refiere a los ajenos, o fanfarronda (más bien gilipollez) si se refiere a los propios. En cambio, si su compañía es un número, la cosa cambiará en función de la cifra: "uno" significa caro o costoso, "dos" suele significar valentía, y "tres" desprecio. Si el número de ellos es muy grande -y especialmente es un número par- implica dificultad.
Quien hambre tiene con pan sueña. Y sí, justo hasta ahí estoy de tener que trabajar.