sábado, 25 de abril de 2009

Ahora resulta que el matrimonio tiene Dios, y es mujer, osea Diosa y se llama Hera.


Que a lo largo de la historia el matrimonio como institución sólo ha sido tomado en serio por aquellos que ya se encargaban antes de blindarse contra él (y no es cuestión de señalar) da buena muestra el pueblo egipcio que, con un montón de dioses a cual más elegante, delgado y guapo (aunque a veces se les fuera un poco la olla poniéndoles cabezas de animales) eligieron como dios del matrimonio a Bes, un tipo grotesco, patituerto, enano, ventrudo y más feo que Picio, que pasó a ser el encargado de bendecir todas las bodas de la época, unas bodas que -de acuerdo con la moda que se estilaba por aquel entonces- acostumbraba a realizarse entre hermanos. Bien es verdad que no solían ser hermanos de padre y madre, pero tan cercano parentesco a la hora de unirse los contrayentes daba lugar a curiosos embrollos familiares como el que le pasó a un fabricante de vasijas de Abydos llamado Merneptah, un hombre muy popular entre sus vecinos.
Merneptah, primo del Faraón por parte de madre, aunque también sobrino político y nietos ambos de abuelos consanguíneos, estaba casado con su hermana de padre, que era a la vez sobrina de su madre (una de esas sobrinas de las que siempre se dice que no se sabe a quién habrá salido, pero se sabe perfectamente aunque no se pueda decir). Esta madre, a su vez, era nieta de su tío, prima de su suegro y tía de su cuñada, casada, por cierto, con un tal Nakimithu, que era pariente de no se sabe quién, aunque se sospechaba lo peor. Con lo que resultaba que su hijo era sobrino del abuelo de la madre, tío de su abuela (frívola shardana de Shardania, de quien se contaban cosas tremendas) por el segundo matrimonio de su tía con el padre del marido de una cuñada (individuo dócil y complaciente a quien se le atribuían injustamente parentescos inconfesables). Con todo lo cual resulta que la madre de Merneptah estuvo a punto de ser abuela de su marido si no hubiera sido por haber muerto antes de que se consumara el parentesco, lo que produjo serios trastornos en la familia de Abydos que se encontró de pronto con un alfarero con pluma encaramado a su árbol genealógico en calidad de madre del cabeza de familia, algo que dio lugar a larguísimos pleitos. Aún así, no se pudo evitar que Merneptah resultara primo hermano de la hija de su segundo matrimonio, consuegro de su tercera mujer (que era, por cierto, cuñada y hermanastra de la primera) y le faltó el canto de un duro para ser el padre de sí mismo.

Comentando estas cosas, los egipcios pasaban una veladas muy entretenidas.

Frase: "Los dioses tienen algunos rasgos humanos. Les gustan las ofrendas" (Eurípides, 480 - 406 a. C. poeta griego)

lunes, 20 de abril de 2009

Afeitarse

Cuchillas de bronce y trozos de pedernal. Esos eran los instrumentos con los que los hombres empezaron a quitarse la barba. El caso es que muchos años después, y diseños aparte, tampoco hemos avanzado mucho. Afeitarse sigue siendo una carnicería.
Desde entonces ha aparecido la espuma de afeitar, una espuma que contiene aire, derivados de petróleo y fragmentos de algas, elimina muy mal la grasa de la piel, lo que hace que el pelo no se corte bien y acabe como si lo hubiesen sometido a auténticos hachazos. Entre 100.000 y medio millón de trozos de células cutáneas desgarradas se encuentran en la hoja de afeitar tras la escabechina. Y en la cara, un mar de cráteres y cicatrices se van llenando lentamente de sangre preparando para la otra novedad en estos últimos siglos: el after-shave y su buena dosis de alcohol que hará que la pobre piel, ya machacada, reaccione estrangulando los poros (estrangular y astringente tienen el mismo origen etiológico)... y eso duele...
Al menos esta vez la culpa no tiene nombre de mujer. Es verdad que siempre hubo quien se afeitaba por capricho –el masoquismo es una opción-, pero la culpa de su obligatoriedad hay que echársela a Alejandro Magno quien exigió a sus soldados que se afeitasen la barba para que los enemigos no pudiesen agarrarles por ella.
Claro que, mirándolo por el lado positivo, menos mal que sólo se le ocurrió lo de la barba. El mismo argumento de cortar todo aquello que el enemigo pudiera agarrarle a un soldado podía haberlo aplicado a tantas cosas que sólo de pensarlo...


Frase: “Cuando era joven, me decían “Ya veras cuando tengas cuarenta años”. Tengo cuarenta años y no he visto nada" (Eric Leslie Satie 1866-1925; compositor y pianista francés)

martes, 14 de abril de 2009

Digan lo que digan, cosas de la edad...

Digan lo que digan, una de las secciones más leídas de los periódicos es la de los anuncios por palabras. Normal. La mayoría de las veces sólo con ella estás al tanto de la actualidad sin necesidad de ir página por página. Tiene de todo: sección internacional: "griego, francés, turco..."; sección de música: "dúos, tríos, grupos..."; el tiempo: "lluvia dorada...", la economía: "100 completo".
Vista su audiencia me voy a animar a poner yo uno. Lo necesito como terapia de choque desde que la depresión se instaló en mi vida cuando, de golpe y porrazo, comprobé que la música ambiental que sonaba en el Carrefour mientras miraba las calorías del chopped era la que yo bailaba como un poseso a los quince años. ¿Habrá algo más evidente de que uno ya no es joven que Alaska en versión instrumental saliendo del hilo musical?
Por eso, y antes de qué la cosa pase a mayores, he decidido poner remedio con nuevas emociones, adentrarme en la vorágine de lo prohibido, volver al desconcierto de los quince años, sentir aquellas intensas sensaciones cuando uno ligaba con sólo decir la frase aquella de: "perdona pequeña, el médico me prohibió levantar cosas pesadas... ¿me ayudas a hacer pipí?". Voy a poner un anuncio por palabras. Me ha costado redactarlo pero ya lo tengo, nada de divagaciones, nada de rodeos, directo. Los graves problemas requieren soluciones de urgencia:
"Joven talludito en edad difícil, con pareja y trabajo fijo, busca limpiadora de piscinas que, además, realice catálogos de ropa interior en sus ratos libres. Recomendable e imprescindible poca ropa; las habilidades como limpiadora serán secundarias al no haber piscina. Muy buena retribución. Por cuestiones fiscales el sueldo será sólo en especie".

Ahora solo queda esperar.
Frase: "La tragedia de la edad no es ser viejo, sino que se sea joven y la gente no lo vea" (Andrés Segovia, 1893 - 1987; músico español)

jueves, 9 de abril de 2009

Donuts

Aunque hay quien piense que su mayor utilidad sea la de poder usarse como juguete erótico, una cosa tan simple como el dónut ha servido, a lo largo de su historia, de importante tema de conversación entre los más reputados sabios del mundo.
Y no sólo por el origen de su nombre (nut de masa y dough de frita, aunque hay quien sostiene que la etimología de doughnut, el nombre original, es masa con nueces) sino, y sobre todo, del gran misterio que encierra: su agujero.
Están, por una parte, quienes afirman que el invento es muy antiguo y de origen germano. Colonos alemanes y holandés habían transportado la costumbre al Nuevo Mundo. Sin embargo, cuenta con más partidarios la leyenda que atribuye su creación al capitán de navío Hanson Crockett Gregory, allá por 1947. Hay quien afirma que era su madre la que hacía los dulces que llevaba en sus travesías. Una vez, mientras llevaba el timón y se comía un dónut, se desató una violenta tormenta. Y como necesitaba las dos manos, hundió el dónut en uno de los asideros del timón... Tras ver el resultado, decidió, que a partir de aquel día, siempre comería donuts con agujero.
Otra versión dice que Gregory odiaba los donuts que le hacia su madre y les quitaba el centro, siempre crudo. Esto último parece más razonable, ya que es cierto que la masa del dulce en cuestión solía quedar cruda en el centro, así que su desaparición fue aceptada enseguida. En cualquier caso fue el propio Gregory quien reclamó la autoría del bollo taladrado, aunque la primera patente relacionada con él no sería suya, sino de John Blondell, quien registraría un aparato para hacer agujeros a los donuts en 1872.
Parece mentira que algo tan simple genere tanta inquietud entre tanta gente. Aunque, bien mirado, es lógico, pocas cosas despiertan tanto interés en esta vida como encontrarse de sopetón con un buen agujero.
Aunque también corre el bulo o leyenda urbana de la fabricación del famoso agujero por una persona de color que aburrida de buscar su dulce agujero, se prestó a tal menester con tan preciado manjar. Pero eso es harina de otro costal.
Frase: Si así fue, así pudo ser; sí así fuera, así podría ser; pero como no es, no es. Eso es lógica" (Lewis Carroll, 1832-1898; lógico inglés)

sábado, 4 de abril de 2009

Los escitas

Dicen las enciclopedias que los escitas, un antiguo pueblo indoeuropeo originario de las estepas del norte del mar Caspio, avanzaron hacia Europa del este hacia el 700 a. C., llevando consigo el uso del cánnabis (cáñamo), que utilizaban como tela, pero, sobre todo, para prepararse unos particulares baños, -las famosas “saunas de cánnabis”- de los que Herodoto cuenta: “...los escitas toman la simiente del cáñamo, se meten debajo de las mantas, y entonces tiran la simiente sobre las piedras calentadas al rojo vivo, y la simiente exhala un perfume y produce tanto vapor que ningún brasero griego podría superar tal cantidad de humo: los escitas aúllan encantados en su baño de vapor”.
Con semejante material de viaje es normal que los cronistas describieran a los escitas como “hombres gordos, pesados y bienhumorados, amantes de los brindis, del baile y de la música, con bastante más tendencia a la diversión que al trabajo, algo que evitan siempre que pueden”.
Pocas cosas eran las que se tomaban en serio. En cierta ocasión, reinando Darío, estaba el ejército persa alineado en correcta formación de ataque frente a unas bandas de escitas agrupados con muy poca formalidad, vociferando y contando chistes, como solían hacer antes del combate. El choque de los dos ejércitos era inminente. Inesperadamente, apareció una liebre corriendo entre las dos formaciones, tal vez asustada por los clarines que alertaban para el combate. Un jinete escita echó a galopar tras ella, ¿quién podía resistir la provocación? Otros lo imitaron enseguida, y muchos más después. A los pocos minutos el ejercito de aquellos impenitentes cazadores desapareció en el horizonte tras la liebre. La tropa de Darío quedó desairadísima, frente a nada, indignados los guerreros con aquellos insensatos que abandonaban algo tan respetable como la guerra sólo para divertirse. Aunque los escitas tenían un motivo de sobra para hacer lo que hicieron; una guerra se encuentra en cualquier momento, pero no siempre le salta a uno una liebre en las narices.
¿Y qué fue de aquellos tipos tan simpáticos, con un sentido del humor tan lúdico y civilizado de la existencia? Pues lo normal en gente así: desaparecieron. Mientras civilizaciones mucho más aburridas llevan tropecientosmil años dando guerra, de los escitas, en cambio, no se volvió a tener noticias después del año 100 a.C.
Siempre se van los mejores.