jueves, 2 de mayo de 2013

Parece ser que Dios, era español...

 
 
La Guerra de los ochenta años o Guerra de Flandes (1568 – 1648) supuso uno de los mayores descalabros de la historia de España. La independencia de las Provincias Unidas representó una descomunal pérdida de prestigio para nuestro país y el mantenimiento económico de un conflicto bélico tan prolongado condujo a las sucesivas bancarrotas durante los siglos XVI y XVII y, por ende, al hundimiento de la economía de España. Sin embargo, antes de tal desastre, esta guerra cuenta con un hermoso episodio para el ejército español.
A las órdenes del Maestro de Campo Francisco de Bobadilla, el 7 de diciembre de 1585 el Tercio de Zamora, compuesto por unos cinco mil hombres, defendía la plaza de la pequeña ciudad de Bommel, situada en una isla formada entre los ríos Mosa y Waal, en lo que hoy es Holanda. Hasta esa zona los holandeses obligaron a retroceder a sus enemigos, que no pudieron más que refugiarse allí. Bloqueados por la flota “orange”, las provisiones para la tropa española comenzaban a escasear. Ante esta situación desesperada, el almirante Holak, jefe del ejército holandés, ofreció la rendición al enemigo. Lejos de aceptar, con orgullo y la valentía la respuesta a tal proposición fue la siguiente: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
El enfado del almirante holandés fue morrocotudo. Optó por tomar una decisión tajante y, previsiblemente, definitiva: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo, un recurso muy utilizado en esa guerra. Los soldados del Tercio no pudieron encontrar más tierra firma que el montecillo de Empel. La situación era crítica. Los españoles sólo pudieron cavar zanjas para defenderse y descansar. En ese momento, uno de los soldados tropezó con una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. El Maestre Bobadilla consideró que era una señal. Colocaron la imagen sobre un improvisado altar y se encomendaron a la Virgen Inmaculada.
Entre rezos y cavos, aquella noche, el ejército español fue obsequiado con un viento intenso y frio, completamente inusual. De este modo, las aguas del río Mosa se helaron y los hombres del  Maestro Bobadilla, al amanecer del día 8 de diciembre, pudieron atacar por sorpresa al enemigo. La victoria española fue contundente: destruyeron 10 navíos holandeses e hicieron prisioneros al resto. El almirante Holak quedó estupefacto: “Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro”.
Gracias al Milagro de Empel, la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles desde aquel mismo día y, por ello, actualmente lo es de la infantería española.


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