La Guerra de los ochenta
años o Guerra de Flandes (1568 – 1648) supuso uno de los mayores descalabros de
la historia de España. La independencia de las Provincias Unidas representó una
descomunal pérdida de prestigio para nuestro país y el mantenimiento económico
de un conflicto bélico tan prolongado condujo a las sucesivas bancarrotas
durante los siglos XVI y XVII y, por ende, al hundimiento de la economía de
España. Sin embargo, antes de tal desastre, esta guerra cuenta con un hermoso
episodio para el ejército español.
A las órdenes del Maestro de
Campo Francisco de Bobadilla, el 7 de diciembre de 1585 el Tercio de Zamora,
compuesto por unos cinco mil hombres, defendía la plaza de la pequeña ciudad de
Bommel, situada en una isla formada entre los ríos Mosa y Waal, en lo que hoy
es Holanda. Hasta esa zona los holandeses obligaron a retroceder a sus
enemigos, que no pudieron más que refugiarse allí. Bloqueados por la flota
“orange”, las provisiones para la tropa española comenzaban a escasear. Ante
esta situación desesperada, el almirante Holak, jefe del ejército holandés,
ofreció la rendición al enemigo. Lejos de aceptar, con orgullo y la valentía la
respuesta a tal proposición fue la siguiente: “Los infantes españoles prefieren
la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
El enfado del almirante
holandés fue morrocotudo. Optó por tomar una decisión tajante y,
previsiblemente, definitiva: abrir los diques de los ríos para inundar el
campamento enemigo, un recurso muy utilizado en esa guerra. Los soldados del
Tercio no pudieron encontrar más tierra firma que el montecillo de Empel. La
situación era crítica. Los españoles sólo pudieron cavar zanjas para defenderse
y descansar. En ese momento, uno de los soldados tropezó con una tabla flamenca
con la imagen de la Inmaculada Concepción. El Maestre Bobadilla consideró que
era una señal. Colocaron la imagen sobre un improvisado altar y se encomendaron
a la Virgen Inmaculada.
Entre rezos y cavos, aquella
noche, el ejército español fue obsequiado con un viento intenso y frio,
completamente inusual. De este modo, las aguas del río Mosa se helaron y los
hombres del Maestro Bobadilla, al
amanecer del día 8 de diciembre, pudieron atacar por sorpresa al enemigo. La
victoria española fue contundente: destruyeron 10 navíos holandeses e hicieron
prisioneros al resto. El almirante Holak quedó estupefacto: “Tal parece que
Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro”.
Gracias al Milagro de Empel,
la Inmaculada Concepción fue proclamada patrona de los Tercios españoles desde
aquel mismo día y, por ello, actualmente lo es de la infantería española.
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