Las raíces de Diego de
Almagro (1475 -1538) son difusas, por ello adoptó por apellido el nombre de su
ciudad natal, en la provincia de Ciudad Real. La historia cuenta que fue hijo ilegítimo de Juan de Montenegro y de
Elvira Gutiérrez, prometidos para un matrimonio que finalmente no se consumó.
Roto el compromiso, los familiares de Elvira la ocultaron hasta el
alumbramiento para salvar el honor de la madre. A pesar de estos orígenes
bastardeados, se convirtió en un hombre valeroso y de éxito: fue conquistador,
descubridor de Chile y el primer europeo el alcanzar el territorio de la actual
Bolivia. Antes de semejantes triunfos, su infancia fue tal tormento que a los
15 años decidió huir. Su tío Hernán Gutiérrez, se encargó de criarlo desde los
cuatro años, pero con tal rudeza que el chiquillo decidió fugarse. Acudió a su
madre solo para mantenerla al tanto de lo ocurrido, informarle de que iba a
recorrer el mundo y para rogarle un mendrugo de pan que le ayudara a subsistir
en su miseria.
Sus huellas las seguimos en
Sevilla, donde trabajó como criado de uno de los alcaldes de la ciudad: Luis de
Polanco. En esta etapa, Almagro también tuvo que acabar huyendo, pues resolvió
sus diferencias con un compañero a golpe de cuchillo. Este quedó gravemente
herido y Almagro debía enfrentarse a un juicio. Como intuía el veredicto,
decidió escaparse de Sevilla y el prófugo vagó por Andalucía hasta que partió
hacia América.
Llegó al Nuevo Mundo en el
verano de 1514, a las órdenes de Pedrarias Dávila, en la expedición en la que
Fernando el Católico también contó con los servicios de otros ilustres
conquistadores, como Francisco Pizarro. Al cabo de un tiempo comenzaron sus
misiones conquistadoras y trabajó durante una temporada con Vasco Núñez de
Balboa. Participó en expediciones de Espinosa, en la conquista del golfo de
Panamá, etc. Estableció su vida en Santa María la Antigua del Darién, ciudad
recién fundada (una de las primeras) por los españoles en el Caribe. Allí tuvo
un hijo, Diego de Almagro el Mozo, con una india de la región.
Tras unos años de descanso,
Almagro formó con Pizarro (y más tarde Hernando Luque) unas de las asociaciones
más exitosas. Se lanzaron a la conquista de Perú, el centro del Imperio Inca,
donde extrajeron suculentas riquezas. Continuaron durante años las numerosas
expediciones y conquistas territoriales con excelentes resultados para la
corona española.
De una de esas batallas,
surge el origen de la expresión más popular cuando algo nos parece demasiado
caro. He aquí la anécdota: Francisco Pizarro se encontraba en serio peligro,
derrotado por el cacique de la tribu. Almagro partió en una expedición en
auxilio de su compatriota. Y aunque finalmente consiguieron la victoria, un
nativo americano alcanzó con una flecha el ojo del conquistador manchego. Cuando
regresó a España a dar parte de lo acaecido en el Nuevo Mundo, le resumió a
Carlos I su experiencia en los siguientes términos: “El negocio de defender los
intereses de la Corona, me ha costado un ojo de la cara”. Tanto se recreó en
este hecho, que la frase se difundió entre los soldados, y aún hoy permanece
viva. Como recompensa por tales sacrificios, por las exploraciones, valentía y
éxitos de Almagro en territorio Inca, el emperador Carlos I le entregó la
gobernación de Nueva Toledo, al sur de Perú, y el título de Adelantado en
Chile.
En su regreso a Perú, su
relación con Francisco Pizarro se torció. Surgió un sangriento enfrentamiento
entre Almagro y Pizarro, pues aunque Carlos I dio la gobernación de Cuzco al
primero, Pizarro no quedó conforme e ideó una venganza. Junto con sus hermanos,
consiguió la victoria en la batalla de las Salinas (1538) entre almagristas y
pizarristas. Almagro fue hecho prisionero y ejecutado por estrangulamiento y
decapitado.
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