Hoy por hoy, una guerra
química, bacteriológica, nuclear o cualquier conflicto similar, es el peligro
bélico que más temen los gobiernos más poderosos del mundo, afanados en
contener la amenaza de las llamadas “armas de destrucción masiva”. Un conflicto
bélico de esa magnitud tendría unas consecuencias imprevisibles, aunque a un
tal Albert Einstein se le atribuye el siguiente pronóstico: “No sé con qué
armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero en la Cuarta usarán palos y
piedras”. Ciertamente, no parece una profecía descabellada.
Sin embargo, lo que
seguramente ignoraba Einstein es que las armas químicas ya existían en el siglo
III. Un estudio de la Universidad de Leicester ha revelado que el Imperio Persa
fue el primero en utilizarlas. El descubrimiento, realizado sobre una veintena
de soldados romanos hallados en Dura-Europos (Siria), revela que murieron de
asfixia. Según la investigación, la historia es la que sigue: Dura-Europos,
situada en las orillas del río Éufrates, fue conquistada por los romanos, que
construyeron allí una fortaleza. Hacia el 256, la ciudad fue sitiada por las
tropas persas, bajo la dinastía sasánida (226 – 651). Ante el asedio romano,
los persas cavaron un túnel bajo sus murallas para poder entrar en ella. Los
romanos previeron este movimiento y, por su parte, construyeron otro túnel para
sorprender a los persas cuando éstos quisieran sortear la muralla.
Pero el plan romano fracasó.
Los persas se anticiparon con una astuta estrategia. Los sasánidas utilizaron
toda clase de técnicas, incluidas minas, para abrir una brecha en las murallas,
por donde introdujeron una masa compuesta por betún y cristales de azufre.
Cuando los romanos prendieron fuego al túnel, en unos segundos les sorprendió
una nube tóxica, pues con la combustión, estos materiales emitían gases
venenosos. En apenas unos minutos, los soldados romanos perdieron la vida.
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