La historia de la humanidad
está repleta de personajes anónimos (o casi), que, sin embargo, han sido
fundamentales en nuestro devenir. El caso de Stanislav Petrov (1939) es uno de
ellos; un teniente coronel del ejército soviético que evitó el holocausto de la
humanidad, pero que hoy pasa sus días de senectud como un pensionista más en
Friázino (Rusia).
Y pese su acertada decisión,
no solo no se reconoció en su momento la valía y el tino de su proeza, sino que
se le degradó de rango y se le jubiló con antelación. ¿Por qué?. Por salvar a
la humanidad. Así de simple. ¿Les parece exagerado?. Les remitimos a los hechos
y juzguen ustedes. Para empezar, les adelantamos que los analistas sostienen
que el mundo nunca ha estado tan cerca de iniciar una guerra nuclear. Como
aperitivo no está mal, ¿verdad?.
He aquí la historia del
“Equinoccio de Otoño”. Nos situamos en el último trimestre de 1983, en un
contexto en el que la Guerra Fría estaba bien calentita. Las tensiones entre el
bloque occidental y el comunista estaban a flor de piel. Cazas soviéticos
derribaron un avión surcoreano de pasajeros, en el que murieron 269 personas; y
varios de ellos, ciudadanos estadounidenses. Además, la OTAN había ordenado una
serie de maniobras militares con simulación de lanzamientos de misiles
nucleares.
Los mandos soviéticos
interpretaron este ejercicio como un paso previo a un ataque sobre suelo ruso,
así que pusieron a todas sus tropas en alerta.
En este ambiente prebélico,
Pterov, como oficial de guardia en el centro de mando de la inteligencia
soviética, se enfrentó a la siguiente situación la madrugada del 26 de
septiembre de 1983; a las 00:14 (hora de Moscú), un satélite dá la alarma de
que se ha lanzado un misil balístico intercontinental desde la Base de
Malmstrom (Montana, EEUU). En solo 20 minutos alcanzará la URSS. Estimado
lector, en un pequeño esfuerzo de empatía, ¿es usted capaz de sentir la
tensión?. En ese escaso y crucial lapso Stanislav Petrov debía tomar una
decisión irremediable: alertar a sus superiores sobre la amenaza o esperar para
confirmar. El protocolo oficial exigía decantarse por la primera opción, sin
embargo, su sentido común, su intuición, corazonada, o lo que quiera que fuese,
le conminaron a actuar con suma prudencia, pues si daba la voz de alarma, se iniciaría
el proceso para contraatacar a EEUU con armamento nuclear. Consideró que los
norteamericanos no iban a iniciar una guerra nuclear con solo un “mísero”
misil.
La situación no mejoró en
los minutos siguientes para el sistema nervioso de Petrov. Los ordenadores
ahora indicaban que otros cuatro misiles se dirigían hacia Rusia. Ante esta
nueva eventualidad, un contexto tenso y una situación extrema, Petrov aún
mantuvo la cordura. El oficial conocía las peculiares eventualidades del
sistema satélite OKO, y sabía que no era infalible. Con lo que, ostentando unos
nervios de acero, mantuvo su sospecha de una falsa alarma. Solo cinco misiles
nucleares no eran una cantidad representativa para un país que cuenta con miles
de ellos.
Afortunadamente, decidió
esperar y finalmente, el resultado le otorgó la razón y la humanidad, sin
saberlo, toda la gratitud de nuestro planeta. La falsa alarma, se debió a una
extraña conjunción astronómica entre la Tierra, el Sol y la posición específica
del satélite OKO.
“¿Por qué no dio la señal de
alerta, señor Petrov?”, le preguntaron después del incidente. Su contestación
fue, “La gente no empieza una guerra nuclear sólo con cinco misiles”. Sus
superiores, no obstante, consideraron
que lo suyo fue desobediencia y fue degradado de rango. Ya en el siglo XXI, sí
se le ha reconocido el mérito de su actuación con algunos premios y en 2006,
fue homenajeado en la sede de las Naciones Unidas.
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