Alcibíades
fue un general ateniense que vivió entre los años 450 y 404 a.C. Se trata de un
personaje muy conocido y peculiar que destacó por sus dotes en el ámbito de la
estrategia militar y política.
Pasó
a la historia gracias a su participación en la guerra del Peloponeso, que
enfrentó a Esparta con Atenas y donde Alcibíades desarrolló un papel de
consejero tanto a nivel estratégico, comandante y político. Su manera de actuar
en la guerra, ya apuntaba maneras a la anécdota que nos concierne sobre este
personaje. Durante el transcurso de la misma, cambió su lealtad en varias
ocasiones. En un principio, prestó sus servicios a Atenas y defendió como el
que más, la expedición ateniense a Sicilia, que entonces se planeaba. Sin
embargo, más tarde se vio obligado a huir a Esparta, donde propuso varias e
importantes campañas contra Atenas. Al parecer, la lealtad no suponía ninguna
barrera para Alcibíades, quien subordinaba cualquier principio a la consecución
de sus fines y objetivos.
En
una ocasión, este general adquirió un perro. Pero algo extraño ocurrió con el
animal, y es que a los pocos días, apareció de buenas maneras con el rabo
cortado. El pueblo le reprochó fuertemente su actuación y el desinterés por la
salud del can. La respuesta de Alcibíades a sus allegados fue cuanto menos
pasmosa, y es que, sin inmutarse, respondió: “Precisamente esto era lo que yo
buscaba. Mientras los atenienses critiquen que le he cortado el rabo a mi
perro, me dejarán tranquilo y no se ocuparán en investigar sobre mi proceder
político”.
Por
extraño que parezca, lo cierto es que con esta anécdota, el general ateniense
había asentado las bases de un concepto que trasciende hasta nuestros días: la
cortina de humo. Esta idea fue estudiada posteriormente en el ámbito de la Ciencia
Política, ya que se trata de un recurso muy utilizado que permite centrar la
atención de las personas en un tema poco importante para que el verdaderamente
lo es, que pase desapercibido.
Dentro
del ámbito militar, este término hace mención al humo que se provoca para
impedir que las tropas enemigas vean o descubran nuestros propósitos y nuestros
propios movimientos.
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