lunes, 6 de febrero de 2012

Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga. - Verdad o Ficción


Me llegó un correo electrónico de un buen amigo, y cuando me puse a leerlo no salía de mi asombro, pensé que era cachondeo, pero perdí un poco de ese tiempo que todos tenemos y que es valiosísimo, si fuera cotizado por algún organismo, y me introduje en esas profundas redes de internet, cuál fue mi sorpresa, que encontré una infinidad de páginas que se hacían eco de la misma noticia/referencia. Yo verdaderamente, no sé si es un bulo, una leyenda urbana o realmente fue así y se ha mantenido en el olvido; la cuestión es que desde este humilde Blog, quiero haceros partícipes de esta duda existencial a la que estoy sumido. La misma decía así:
- Allá por el mes de diciembre de 1840, fue autorizada la creación -(merced a una especialísima dispensa del por aquél entonces Obispo de Andalucía)-, de un denominado Cuerpo de Pajilleras que operaría en el Hospicio de San Juan de Dios, y en concreto en la localidad de Málaga.
Estas “Pajilleras de Caridad” (como se las empezó a denominar en toda la Península), eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad –no empecemos con excusas ni remilgos-, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la en ese momento reciente Guerra Carlista en España.
La autora de tan estupenda, a la par que peculiar idea, fue la Hermana Sor Ethel Sifuentes, religiosa de 45 años, que cumplía sus funciones como enfermera en el ya mencionado Hospicio. La tal Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera tan saturada de testosterona que existía en el pabellón de heridos de este Hospital.
Tomó las riendas y decidió entonces “poner manos a la obra”, -nunca mejor dicho-, y comenzó junto con algunas hermanas más a “pajillear” a los robustos, doloridos y viriles soldados, sin hacer distingos de grado. Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su “pajilla” diaria. Los resultados no se hicieron esperar y fueron inmediatos.
El clima emocional cambió radicalmente y los temperamentales hombres de armas, volvieron a departir cortésmente entre sí, aún cuando en muchos casos, hubiesen militado en bandos opuestos… (no estaba la cosa para tonterías).
A este núcleo fundacional de las “hermanitas pajilleras”, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio… [ amos anda, quien se cree esto…].
A estas voluntarias, se les impuso ( a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres ), el uso estricto de un uniforme:
-Una holgada hopalanda que ocultara las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.

El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos Cuerpos de Pajilleras por todo el territorio nacional, y se agruparon bajo distintas asociaciones y modalidades.
Surgieron de esta suerte, el Cuerpo de Pajilleras de la Reina; las Pajilleras del Socorro, de Huelva; las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María, y ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto auxilio habrían de brindar a las tropas que lucharon durante la República.
En América latina, rara vez ajena a las modas metropolitanas, las pajilleras tuvieron también sus momentos de gloria. Durante la Guerra Civil mexicana, grandísimos auxilios brindaron a las tropas de todos los bandos, destacar las Hermanas de la Consolación, organización laica –aunque cercana a la iglesia- que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus.
Estas hermanitas pronto recibieron distintos y soeces apelativos, fruto del inagotable ingenio popular, de ellos tales como “Las mami-chingonas”, o las “ordeñamecos”.
De México la costumbre pasó a las Antillas, donde tuvieron peculiar éxito las “Sobagüevos dominicanas”, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes –en vez de rezar el rosario-, en esta peculiar forma de servicio social.
En último lugar en América donde hicieron fortuna estas abnegadas damas, fue en Brasil. Allí la Columna Prestes fue acompañada en su marcha por una “troupe” reducida pero eficiente de damitas Paulistas llamadas “Beixapau”, aunque solo se valían para ello de unos ágiles movimientos de sus manos, y así conjuraban la melancolía de los soldados.
La costumbre desapareció tras la Segunda Guerra Mundial, y hasta la fecha se desconoce la existencia de otras congregaciones similares. Diversas fuentes orales a orillas del Paraná comentan que en el villorrio conocido en el siglo XX como Pago de los Arroyos, hubo un pequeño asentamiento o agrupamiento dedicado durante algunas décadas a esta actividad. Eran conocidas como las “Hijas de Nuestra Señora del Vergo Encarnado”, en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida “con las manos en la masa”, junto a un soldado en su día de descanso.
Quisiera aclarar, que esto es sólo un artículo de entretenimiento, pues no encontré ninguna evidencia escrita, que sustente y evidencie la verdadera existencia de estas peculiares damas.

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