martes, 5 de octubre de 2010

Etapas inevitables en la ruptura de pareja


Quiebra. Uno: “Me quiero tomar un tiempo”. El otro: “¿Para qué?”; “Para ver si te quiero sin estar contigo…” ; “¡No te entiendo…!” “No me importa, necesito un tiempo” -(¿........?)- ¡Listo! La ruptura. 99% seguro tiene un tercero/a a estrenar. El “tiempo” a tomar es un eufemismo de “No te quiero ver nunca más”. Empieza el vía crucis patético para el otro.
Razones. Si no le han dado la razón del “tiempo a tomar”, hay otras: “Tengo que ver esto en perspectiva”, “… encontrarme conmigo mismo/a”, “Estoy confundida/o”, y los más valientes y honestos esbozan un “Me están pasando cosas...” que solapa la verdadera razón, pero es válido al fin y al cabo, claro que sin decir con quién.
Negación. El abandonado sigue creyendo en esas razones, no acepta que lo dejaran. Se vuelve impertinente llamando al/la otro/a a ver si ya lo reconsideró como quién espera el resultado de un casting perverso. Etapa indigna si las hay, pero vendrán peores.
Idealización del ser perdido; Se cae en el lugar común de creer que lo perdido siempre fue lo mejor. Te olvidas que te llevabas como israelí y palestino, que te levantabas cualquier tia/o cuando salías solos ¡Pero piensas que ya no vas a encontrar alguien así!. Las parejas son como los champiñones: pierdes uno y si esperas viene otro atrás. (¡Ojo con los paros imprevistos!)
Bucolización. Te acuerdas de las canciones de los dos, vas a los lugares donde ibais juntos a manosearte (y tal vez con la oscura creencia de que podrían re-encontrarse de nuevo o por casualidad). Te miras todas las películas de amor, te lees todos los libros de autoayuda emocional posible, recuerdas los momentos tiernos y los sexuales (aunque fueran guarros) como un comercial el día de la madre.
Atomización social. Monotema: él o ella, el/la ex-, como centro del universo. Atomizamos las amistades. Nos volvemos un pelmazo tan inestable como un gobierno musulmán. Nadie nos quiere ver o visitar porque somos un catálogo de la tristeza viviente, pero lo hacen por obligación fraterna. Los más patéticos osan incluso dar señales de posible y estrambótica “autoeliminación”.
Manifestaciones varias. Otro de los lugares comunes es cómo se emplea el espacio ocupado por nuestra ex pareja. Ellas -a la par que adelgazan con la dieta más rápida y efectiva que se conoce: la ruptura- emprenden una serie de actividades de corte creativo-culturales como por ejemplo yoga, bonsai, “Cocine Sushi en su propio hogar”, auxiliar contable express y cosas por el estilo, y alguna actividad si es posible compartida con la señora madre que siempre le dijo que “¡ese inútil no sirve para nada!”. Los tipos, más melancólicos y pasionales, la emprenden en una cuesta abajo de vida bukowskiana entregándose a la bebida, a la vida desenfrenada, a ver programas nocturnos y los pornetes baratos de Film Zone; cantando “No me importa nada, estoy jugando”, y realizando acciones tan osadas como cruzar las esquinas sin mirar o comprar atún del super sin fijarse la fecha de caducidad.
Fecha clave. Se vive deseando el día que por alguna razón podamos (con la excusa “adecuada”, en realidad estúpida) retomar contacto: el cumpleaños de él/ella, o de su madre igual, o la fecha que haría “x tiempo que estamos juntos”. Y ahí tirarse una “observación de campo”, preguntar si está en pareja, tantear la cosa… y en el peor y patético caso un “¿Piensas en mí a veces?” . ¡¡Terrible!!
Falsa superación. Él saca el orgullo de macho, se muestra aparentemente feliz; su discurso es: “¡Por suerte lo dejé con esa loca! ¡Que bella es la libertad!”, y trata, aunque por lo general sin éxito, de levantarse a cuánta fémina se cruza, logrando un resultado indigno. Ella se “supera” tirando con compañía distinta cada semana, mostrándose si es posible en los lugares donde va su ex para darle celos “al estúpido”. Pero claro, en realidad y al final los pobres chicos que salen con ella solo son un adorno que nada tienen que ver en este entierro y no entienden un carajo que le pasa a la niña
Superación real. Vergüenza de las etapas anteriores. Nos sentimos bien, radiantes y felices. ¡¡Y todo se lo debemos a nuestro nuevo amor!! Porque al fin y al cabo el miedo era quedarse solo para siempre… ¿O no?

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